Luz tenue, sepia.
Dos vasos de whisky vacíos en la mesita de cama de un dormitorio con poca decoración.
Los hielos aún vivos, descansando en una aguarchada base de restos de alcohol. Los grados en sangre justos para que la amistad no se vista de conciencia y cobre peaje en la autopista a la lujuria.
Y empieza con impaciencia el juego de imprudencias. Empieza con lo que un jurado objetivo llamaría beso. Y vaya si continúa.
Qué le importa al tiempo lo que nos dure la noche, si yo solo quiero desvestirte los años, desorientarte la gravedad, mezclarme con tu oxigeno y que se te clave el aire en los pulmones.
Y dejar aquí la historia, porque darle fin iba a ser proclamar ganador al tiempo; y a este deseo, no le gana en eterno.