Hoy soplo velas sin tu voz cantando
esa ridícula canción que nunca me
gustó
esa tan popular,
la del cumpleaños feliz.
Hoy, que no quiero tarta
de cumpleaños
si no puedo mancharte de merengue la nariz.
Si no puedo
inventar caras estúpidas
abriendo algún regalo tuyo.
Hoy vuelvo a
cumplir años sin ti,
solo que esta vez importa.
Me importa,
joder.
Me importa no haberte escuchado
y ahora necesitar escribirte para
no escucharme a mí.
Me importa haberme tatuado otros nombres
que no fuesen
el tuyo.
El primer regalo que me da la fría madurez
es ese mismo, la
madurez;
la madurez riéndose de mí,
de no dejarme mezclar nuestros
apellidos en algún buzón.
El chuloputas del azar me deja de
rodillas
en frente de tu ausencia,
y se la pela arrancarme de tu
cuerpo.
Si quiera que exista el destino,
se está poniendo cachondo
interceptándote de mi camino.
Todos esos se van a montar una orgía a
pelo
en el lado que tú ocuparías en mi cama;
y me van a dejar criar su
hijo,
y ponerle tu nombre al despertar,
y pelearme con él por el mando de
la tele,
y esperarte traer a los niños del colegio,
y tener que tirar
comida porque no sé cocinar para uno,
y tener que morir porque no sé vivir
para uno.
Hoy soplo velas en una barra de un bar,
sin importarme que
ya me hayan preguntado dos veces
a cuánto cobro la hora.
-a un suspiro de
su boca- les digo;
y me miran con el respeto y silencio
con que se da a
una viuda un pésame.
Hoy soplo velas en la barra de un bar de madrugada,
y como he
aprendido que las velas no te van a traer,
en vez de comer tarta, bebo wisky
seco,
para que al menos él te pueda llevar.
Más lejos, si cabe.
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