Carmen me gusta. Tiene tanta fuerza como su nombre, y es el mayor piropo que he dicho de una mujer. Quizá por eso me creen hetero. Aquella mañana podría decir mucho más de ella; salimos a correr, y la ropa de deporte a Carmen le sienta bien. En realidad siempre me parece que todo le quede bien.
Carmen no parecía triste, pero yo sabía que lo estaba. Me conocía todas sus caras, y las que no conocía me las tenía que inventar. No era por el parque solitario en que nos habíamos reencontrado, ni por madrugar, e incluso me atrevo a decir que no era por estar allí sentada con alguien como yo.
(Carmen)-Bajé al río poco después de perderte de vista.
(Yo)-¿Llevabas traje de baño?-
(Carmen)-Me bañé desnuda.- dijo con la indiferencia de quien no le importa que se la imaginen sin ropa. No debía importarle si aún estaba sentada a mi lado.
Carmen era, de puertas para afuera, mi amiga. De puertas para adentro, ella sabía que las navidades pasadas había pedido a Santa tener sus bragas de encaje salmón en el suelo de mi dormitorio.
(Yo)-Yo seguí el camino; paré para esperarte pero no venías- Carmen también sabía que la hubiese esperado en cualquier camino aunque no me conduciese a sus ingles.
(Carmen)- Me empezó a seguir un perro; -dijo ignorándome- tenía la huella de un collar en el cuello, y me lamía los talones a cada paso. Siguió así todo el camino abajo hasta que pensé que me lo podría llevar a casa. Entonces se cruzó otra chica haciendo footing y se volvió a correr tras ella.
Vamos.- dijo cuando empezó a resultar dolorosamente evidente que no hablaba de un animal.
Se levantó, empezó a correr, y yo la seguí, por si no había tenido suficiente con un perro aquella mañana.
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