Desde la luz del el frigorífico abierto de la cocina Claudia rompía esa noche la oscuridad de su apartamento. Llevaba abierto el primer botón de su camisón de tirantes de los sábados, que últimamente compartía con los domingos, lunes y resto de días de la semana. Aquel camisón contaba demasiadas verdades sobre Claudia como para que, después de verla, cualquiera se considerase un mentiroso. Cualquier día el camisón podía ser el pistoletazo a dormir desnuda, o a no dormir.
Pero yo no le había dicho cuándo pensaba volver, ni si pensaba realmente hacerlo.
Lo único sincero que debo haberle dicho es que mi postre favorito son las fresas con nata, pero jamás recuerdo haberla llamado por el nombre de ninguna fruta. Y Claudia se levanta otra noche de madrugada, abre el frigorífico con el camisón medio puesto, comprueba que el bote de nata sigue sin estrenar en el segundo estante, y vuelve a acostarse. A soñar con esta forma de mujer que nunca quiso compartirle sus sueños.
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