Él tenía síndrome de diógenes, y ella llevaba puesta la etiqueta de diamante de coleccionista en la frente. Llevaba el antifaz de la inocencia en la sonrisa, y cuarenta dagas en la liga roja de la pierna derecha, que era la que no enseñaba hasta tener un corazón abierto en canal en sus sábanas de franela.
La quiso tanto, que le puso su nombre al silencio, para poder escuchar lo que le susurraba cuando se escapaba de sus brazos. Tanto la quiso, que la vida sin ella le parecía de una arquitectura tan pobre como las chabolas de los tempranos barrios de Brooklyn; cuando enfocarle directamente las negras pupilas era lo más parecido en riesgo a pasear por Brooklyn con prendas de etiqueta y la cartera al descubierto. Pero nunca tanto como escalarle la pierna derecha.
A veces, mientras la besaba, se daba cuenta de que se había olvidado de respirar. Como si, sin quererlo, hubiese confundido la primordialidad de ambas acciones.
Le parecía una mujer tan llena, que a pesar de ingeniárselas para abrazarla cubriendo cada centímetro cuadrado de su piel, él sentía que aún la derrochaba, como si ella fuese humo, y sus brazos la intentasen devolver a la colilla.
La sentía tan bonita, que cada mañana ponía la alarma del despertador con antelación, y se le quedaba mirando horas mientras dormía desnuda. Y él quiso ser la almohada, para que le compartiese sus sueños mientras le abrazaba; y quiso ser el sol, para colarse por la persiana y lamerla de abajo a arriba, una vez más.
Y le era tan perfecta, y le estaba hecha tan a medida, que si ella no hubiese decidido enmudecer como una puta en respuesta a los muchos 'te quiero' que él le regalaba; no la habría querido tanto.
28 de diciembre de 2012
17 de diciembre de 2012
Cómo calentar una cama para uno
El otoño se ha quedado tu nombre.
Y la ciudad, y las calles;
y los cantautores, y las palabras,
y el fin del mundo.
Lo bonito que tiene mirar tu ausencia,
es que no te puedes desnudar la sonrisa aunque quieras.
Lo malo es, que tampoco me la puedes desnudar tú a mí.
Y mira que quiero.
He puesto dos mantas de más en mi cama,
para hacer más realista la fantasía de tu peso oprimiéndome,
aunque ya me pese tu ausencia.
He puesto dos mantas de más en mi cama,
aunque nunca pase frío.
El invierno no sabe entrar en mi cuarto
desde que mis oídos saben escucharte diciendo cosas
que es probable nunca pienses de mí.
He puesto dos mantas de más,
por si da la suerte de que un día
me pongas unas bragas de menos,
o una lencería de caricias. Sólo tuyas.
Y la ciudad, y las calles;
y los cantautores, y las palabras,
y el fin del mundo.
Lo bonito que tiene mirar tu ausencia,
es que no te puedes desnudar la sonrisa aunque quieras.
Lo malo es, que tampoco me la puedes desnudar tú a mí.
Y mira que quiero.
He puesto dos mantas de más en mi cama,
para hacer más realista la fantasía de tu peso oprimiéndome,
aunque ya me pese tu ausencia.
He puesto dos mantas de más en mi cama,
aunque nunca pase frío.
El invierno no sabe entrar en mi cuarto
desde que mis oídos saben escucharte diciendo cosas
que es probable nunca pienses de mí.
He puesto dos mantas de más,
por si da la suerte de que un día
me pongas unas bragas de menos,
o una lencería de caricias. Sólo tuyas.
8 de noviembre de 2012
Si soy sin ti, soy uno más
Hoy he buscado algo de ti, por si aún no te había gastado del todo.
Hoy he escuchado mi nombre en tus labios, aunque estés a kilómetros, y a años atrás,
he escuchado cómo tu boca moldeaba el aire y me escupía con calor,
y he sentido que la música está sobrevalorada.
Luego he vuelto a suicidarte. Y entonces nazco yo.
Hoy he escuchado mi nombre en tus labios, aunque estés a kilómetros, y a años atrás,
he escuchado cómo tu boca moldeaba el aire y me escupía con calor,
y he sentido que la música está sobrevalorada.
Luego he vuelto a suicidarte. Y entonces nazco yo.
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