Ni siquiera te mereces estas primeras palabras.
Ni tú ni tu arrogante rastro de cardenales en mi piel
que el desagüe de la ducha no consigue tragarse con el agua quemada;
aunque haga semanas que no me has tocado.
¿Lo habrás hecho en tu triste vida?
No recuerdo haber reconocido en tu estantería la serie
'100 recetas para cocinar el calor de una mujer'
ni siquiera junto a algún disco de Sabina.
Y en la mía tampoco, no recuerdo la última vez que atardecía
un agosto sin temblores a falta de tu chaqueta sobre los hombros.
Ni lo recuerdo, ni sé recordarlo desde que tu nombre
monopoliza mi desgarro.
Confundo hasta el momento en que pasé
de despertar empapada entre meados
a despertar empapada en tu dolor oprimiéndome las costillas,
desgarrando el silencio del sueño tranquilo.
No entiendo con qué combustible barato me seguía funcionando el corazón
si en tu maleta -entre tus pantalones y tus corbatas-
colocaste la última bocanada del tosco oxígeno que podía mantenerme con vida,
y sólo dejaste una caja de preservativos vacía.
Ya no sé si te odio más a ti por haberme conocido
o a mi por haberte dejado hacerlo con gusto y facilidad.
La misma con la que me quitabas las bragas.
Al menos si ahora utilizas la nata para algo más que cocinar
no va a iniciarse con mis desnudos
ni va a finalizar en los espasmos de tu espalda arqueándose sobre mi vientre.
Prefiero no pensar en lo mucho que enriquecerás a scottex
necesitando desahogar el recuerdo de mi pelo enmarcando una cara de placer
con tu nombre resonando a distintas notas de voz.
Más que pena, me haría gracia contar las veces
que te equivocarás gritando nombres en un orgasmo
por que las va a haber
¿de verdad piensas que mi falda andaría dando vértigos
por alguno de los cuchitriles en que me vas a buscar?
¿o que volvería a tu cama con la facilidad que lo harán
esas pobres ilusas bajas de autoestima?
(...otra vez?)
Ve buscando garaje en el barrio de la inexistencia
es donde pienso no escribirte cartas, ni canciones, ni versos, ni nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario